28.11.06

¿Quién te baña?



Mientras preparamos la bañera con juguetes para el baño nocturno, una prima de mi esposo le pregunta a Daniel: "¿quién te baña siempre...tu mamá, o tu papá?"
El responde muy serio: no, el agua.

26.11.06

Haciendo los domingos



La pregunta de hoy es: ¿cómo hago para que la miel -además de la leche- fluya en la dirección correcta, llegue a mi hijo, lo impregne y le haga ver la luna y las estrellas y las gotas de rocío y el señor que limpia la calle y nos saluda y la emoción de ver un amanecer y la alegría simple de correr por un prado y contar cocos y comer helados e ir al teatro y jugar con los títeres y sentir-sentir-sentir un beso mojado con algo de dulce pegajoso?

Todos los días lo intento, pero todos los días también debo correr para ponerle las medias a mi hijo y que se cepille los dientes y se tome las medicinas. Anoche Daniel soñó que yo era un robot, fue una pesadilla para él y yo me sentí muy mal. ¿Cómo hago entonces para ser madre y no parecer un robot a veces?

Pero hoy es domingo y estábamos "haciéndolo". Terminamos agotados. Hicimos de todo un poco. Daniel se levantó con la preguntita de "¿y ahora a dónde vamos?" y no pudimos decir "a ninguna parte" como hubiéramos querido, sino que nos fuimos al cine, a pasear a la plaza, a comer helado. Terminamos comiendo sushi detrás de las orejas, limpiando un pañal de pupú debajo de una mata, cambiando pantalones mojados en una feria de comida, paseando adentro de una iglesia para no enloquecer y al final, terminamos perdidos -y gracias a un celular, encontrados y rescatados- en un centro comercial. Así es la tarea de hacer los domingos.

Pero cuando mi hijo, al comprar un helado hizo sonar la alcancía que tenía el heladero en su carrito y le dijo "hay mucha plata" y a la pregunta del señor heladero de "¿para qué sirve?" él contestó con mucha firmeza "para comprar helado y otras cosas" con su vocecita de dos años y medio... yo me sonreí aterrada porque sí, mi hijo ya sabe cómo funcionan las cosas en el mundo y entonces surgió la pregunta nuevamente en mi interior...de si estaríamos dándole suficiente miel, digo, para que amara y sintiera por su peso, desde su peso, las cosas en el mundo. En fin. Preguntas de madre que se hacen también los domingos en los ratos de "ocio".

23.11.06

Fifty-fifty

Esa idea arraigada en lo más profundo de mi ser de "todo equitativo" ha hecho estragos en mí, y claro, también en mi pareja (sino, pregúntenle lo fastidiosa que puedo llegar a ser a veces). El día que nací segunda aprendí a luchar a brazo partido y entre hermanos por el trozo de amor incondicional que me tocaba del pastel de mis padres... y desde entonces, tengo el borrador en mi mente de que todo debe ser "a partes iguales" porque sino, no es justo.
Pero no. Resulta que eso de ser madre no puede ser tajado gramo por gramo porque "ahora te toca a tí" y por más que me haya empeñado, da como resultado una lucha absurda. Yo hago ciertas cosas, muchas, seguramente más que mi pareja... y él hace otras, en un acuerdo tácito que muchas veces funciona. Sobre todo, cuando logro quitar de mi mente ese 50 y 50 en luces de neón intermitentes. De tanto en tanto tengo la sensación de que, cuando repartieron el pastel universal y nos dieron a nosotras el don de la maternidad, la balanza no quedó muy equilibrada... Pero eso ocurre cuando se me obstruye el amor -por cansancio no más, por horas robadas al sueño, por trajines en el supermercado, por falta de sol en una playa, en fin, gajes del oficio-.

20.11.06

Al dente.














Hace mucho tiempo que no almuerzo debidamente. Para ser exactos, hace al menos dos años y medio que no como "como es", o sea: concentrada en los alimentos, con la serenidad necesaria como para que la comida se asiente en el estómago sin la fulana gastritis, sin levantarme del asiento para limpiar-atender-o alimentar a otros. Más bien, ahora doy por terminada mi comida cuando voy como por la mitad de un almuerzo, tengo una destreza increíble para pinchar mi comida y la de otros, al mismo tiempo que cuento tal vez una historia inventada al momento y consuelo con un chupón al más pequeño. Pero nada comparado con las salidas con niños pequeños a comer fuera de casa. Ese día nos terminamos de graduar en el oficio de "ser padres" por todo lo alto.
Este domingo mi esposo y yo estábamos en ese agite, cuando miramos alrededor y se escuchaban las mismas frases en el ambiente. "No agarres el cuchillo que es peligroso", "Quédate tranquilo fulanito", "No juegues con la comida", "Ven a sentarte y no molestes al vecino" "Límpiate la boca". Nos echamos a reir y pensamos en lo ridículo que parecía todo. Empeñados en comer organizadamente, como parece que tendría que hacerse en la calle y frente a otros. Con el plato a medias, atragantados y atorados, mientras cargábamos a uno y regañábamos al otro transcurrió nuestro almuerzo. Al terminar, mi esposo hizo un puchero y se lamentó de lo poco de nada que le supo la rica comida que habíamos hecho. Y es que tampoco se puede dejar al loco bajito suelto que haga desastres con la comida del vecino. Ni modo. Hay que comer sin comer hasta que crezcan...digo.
Y yo que hace años, cuando aún no tenía niños decía al ver a otras madres en esto de "dejar de comer para alimentar a la cría": -¿Yo? ¡Jamás! Primero muerta. Cuando tenga un hijo primero como yo y luego lo alimento, porque no voy a poder nuuuuunca con eso. ¡Con lo hambrienta que yo soy!- Y ya ven. Por la boca muere el pez...

16.11.06

Burbuja de protección

Estuvo en casa una gran amiga que está embarazada. Ella vive ahora en otro país, así que su embarazo transcurre sin la solidaridad de las amigas más queridas. Sin embargo, al verla, al conversar con ella, recordé esa particular sensación de "protección como sobrenatural" que brinda un bebé en la barriga. Nunca en mi vida me sentí tan significativamente acompañada de mí... y de un otro interno como en mis dos embarazos. ¡Magia de los cielos! Para los que no han estado nunca embarazados (y digo "los" porque es algo que a veces los hombres pueden envidiar) la barriga era, a parte de todos sus inconvenientes corporales, como andar libre por el mundo en una burbuja de protección. Pasaban cosas terribles en mi país -y siguen pasando- pero yo, inmutable, lo miraba todo como desde otra orilla. Mi labor de creación me mantenía gravitando unos centímetros por arriba de la tierra. Mi cuerpo necesitaba tranquilidad, felicidad, paz y fe para el arduo trabajo que llevaba a cabo... y todos esos sentimientos nacía del centro de mi: de la placenta, del cordón umbilical, del útero. Nunca me he sentido así, tan unida a lo físico, tan vulnerable y a la vez, tan protegida y acompañada.
Se me olvidaron los vómitos, los cansacios, los sueños; se me borraron las noches en vela por ese insomnio que producen las hormonas alborotadas; las almohadas encajadas aquí y allá para acomodarme en la cama; las dificultades para cortarme las uñas, agarrar el jabón o ponerme la ropa; se me olvidó la nausea, los gases y el sabor a...¿metal?... en la boca, que me acompañaron hasta el día del parto; se me olvidaron las angustias en cada cita al médico para medir, ver, verificar cada etapa del embarazo; se me olvidaron tantas cosas de esas más bien malas que trae el estar embarazada. Sin embargo, no creo que se borre nunca de mi mente -ni mi cuerpo- esa certeza de que algo hermosamente grande y asombroso ocurría allí dentro; ni creo que olvide tampoco a la deliciosa burbuja de aire libre, líquido y pacífico que circuló conmigo durante nueve meses. Será por eso que todas las futuras madres tienen un no se qué en el rostro, una extraña mezcla de serenidad y superioridad -que yo lo atribuyo a la burbuja en la que se anda-.
En fin, que gracias a un curso de maternidad en el que en el último mes nos hicieron despedirnos a mi esposo y a mi de "la barriga" en una carta que al principio parecía ridícula y sin sentido y que comenzaba con un "Querida barriga, gracias por acompañarme durante nueve meses..." y que no se trataba de hablarle al bebé, sino a la barriga (a la condición de estar embarazada) pude entender la extraña tristeza que todo eso me producía. "Dejarla partir" a ella, a mi barriga. "Gracias por todas las sensaciones nuevas que me brindaste. Gracias porque por ti me sentí protaginista de un gran milagro. Gracias porque en tu nombre me cedían el puesto, me consentían, me daban cosas ricas de comer. Gracias por todo los sacrificios a los que me obligaste, porque durante nueve meses de alguna manera me enseñaste a ser madre. Gracias porque por ti aprendí otra de las muchas formas del amor." La carta llevaba esas y muchas otras gracias que ya no recuerdo. Mi esposo también escribió tantas otras gracias. Besamos a la barriga, la lloramos un poquito y estuvimos dispuestos en ese corto ritual a dejarla partir. Poco después ocurrió el Gran Milagro. Pero ese es otro cuento y harina de otro costal. La historia de todos, con un protagonista único y especial que es el hijo de uno.

12.11.06

¿Y ahora qué hacemos?

Y fuimos todos de picnic al parque de los patos y el laguito. Allí somos felices y viajamos gratis a otro país. Como los veranos en Suecia. Los parques espirituales y perfectos. La familia alrededor de un almuerzo que sabe a domingo. Los niños al sol. Sólo falta volar un papagayo -me digo- pero entonces Daniel saca un paraguas y casi vuela con él.
Es tan fácil rondar la felicidad, saborearle sus segundos sencillos, atesorar sus gestos delicados. Daniel me persigue en una parte frondosa del parque y entramos a su juego teatral. Él es el lobo feroz. Yo soy caperucita. El juego se torna más creativo y teatral. Tomamos dos ramas y ahora somos dos lobos. Bailamos. Hablamos como lobos. Corremos por el bosque. Allá lejos está el hueco misterioso, me dice. Vamos a él y es una alcantarilla larga y profunda. Es de verdad misteriosa. Al fondo se oyen los grillos. Le gritamos al eco. En el río encontramos un tesoro que pescamos con un palo.
Andres se relaja al sol. Yo también lo hago por segundos que me saben a gloria. Este tiempo de relax vale por toda la semana de trabajo y agite. Mi esposo dice que hacemos la memoria. La memoria de los niños y la nuestra. Para los niños tiene un sentido aún mayor, porque quién sabe qué y cómo se acomode en el cuerpo y se organice como recuerdo. Es hermosa esta oportunidad de hacer huella en la vida de un hijo... Por eso ahora los sábados y los domingos albergan ese secreto compartido de "hacer familia" en todo lo que inventamos. Salimos muy temprano ¡y comienza la aventura!. Por eso será también que ahora Daniel le ha agarrado gusto a esos maratones y apenas entra en el carro pregunta con su dulce vocecita "¿Y ahora qué hacemos?" como para asegurarse de que sí, ahora viene otra de esas nuestras aventuras familiares que hacen de su domingo un día especial.

9.11.06

Todopoderosa

Desde hace meses duermo a ratos, excepto alguna noche milagrosa. Me levanto a las seis para dar de mamar y a las seis y media ando corriendo por toda la casa. Preparo el desayuno -panquecas para unos, cereales para otros- mientras pongo el almuerzo en envases de plástico. Me visto, cambio un pañal, persigo a Daniel para que se ponga la ropa. Juego un ratito. Despierto a mi esposo. Grito: "Está listo el desayuno". Nadie llega. Me peino. Comemos. Llora Andrés. Lo cargo, sigo comiendo con la otra mano. Persigo a Daniel para que se cepille los dientes. Me termino de vestir, tal vez de peinar. Cuando la mitad de la tropa sale de la casa, a las ocho y media o las nueve, yo ya estoy cansada como si fuera el final del día.
Trabajo por mi cuenta y soy capaz de ir tomando decisiones importantísimas mientras cambio pañales. Mentalmente redacto proyectos, amaso ideas, elaboro estrategias. Al mismo tiempo, saco cuentas -de la quincena para todos los empleados y las mías propias para pagar deudas familiares-, recuerdo fechas importantes como cuándo hay que pagar el teléfono, o qué día les toca pediatra a los niños, o a qué hora toca dar qué medicamento. Escucho las noticias para no estar tan perdida en tiempo y espacio. Hago mercado una vez a la semana. Dejo a mi bebé en casa con alguien que lo cuida y doy indicaciones de comidas. Voy a trabajar no sé ni cómo, y cuando llego a la oficina tengo tantos cheques por firmar, tantas reuniones pendientes, tantas cosas por hacer que apenas llego ya me fui, además cada tres horas me saco leche con un saca leche, regreso a la casa cargada con un termo que contiene el líquido vital, doy teta al llegar, preparo la cena, baño a Daniel y juego otro ratito con él, le leo cuentos, lo escucho, lo cargo, lo beso, lo achucho... hablo con mi esposo, lo escucho, lo beso, lo achucho, cenamos, acostamos a los niños y a eso de las nueve y media...¡tengo un segundo para mí!. Y digo un segundo, porque a las diez de la noche estoy que me muero del sueño y no puedo más. ¿Que cuándo escribo este blog? No sé ni cuándo. No sé ni cómo. Estoy a punto de borrarme en la nada, pero pienso: es una etapa, es una etapa...
Y es que ser mamá hoy en día supone para muchas esta especie de desdoblamiento natural para ser madre, esposa, gerente de algo, ama de casa, compañera de juegos... en fin, implica mucha concentración, destreza manual -como para cortarle las uñas a un recién nacido y no tajar un dedo-, buena psicología, una inteligencia suprema y magia... si, también la magia es importante. ¡Nos jugaron mal en el pasado con esto de la revolución femenina, porque nos mandaron a la calle a igualarnos con los hombres y nos dejaron iguales en la casa! Pero por ahí dicen: "sarna con gusto no pica" porque yo... ni quiero dejar de ser madre, ni esposa, ni quiero por nada del mundo dejar mi trabajo. Gajes del oficio.

4.11.06

Leche y miel












Según Erich Fromm, la mayoría de las madres son capaces de dar leche... pero sólo unas pocas afortunadas pueden dar miel. Para ello una buena madre debe ser una persona feliz (¡tarea nada fácil!). Pero sobre el hecho concreto de "dar leche" que visto así y sin desmerecer a Erich Fromm no parece ser gran cosa, nadie nos prepara demasiado. Ahora que tengo a Andrés, mi segundo hijo de casi cuatro meses, y que dedico gran parte de mi tiempo a "darle simplemente leche" tengo que decir que para amamantar a un niño exclusivamente con leche materna ¡hay que tener acumulada mucha miel en alguna parte del cuerpo! pues exige una buena dosis de sacrificio.

La primera vez que amamanté lo hice con gran convicción y una preparación básica de curso de primeriza donde me hablaron de la importancia de alimentar a mi hijo con leche materna. Cuando nace el bebé, los tres primeros días son cruciales pues la leche no baja, las tetas duelen, las heridas duelen, el niño llora de hambre y todo parece un callejón sin salida. He observado cómo en esa primera semana muchas madres flaquean porque "mi leche no lo alimenta", "no produzco suficiente y queda con hambre", "no le gusta mi leche" o algo peor... "mi leche no es buena". Apenas nace un bebé se asoman a la cama de la parturienta primeriza unas cuantas cabezas y comienza la batalla de opiniones. Cada quien tiene su secreto que suelta en ese instante. Cada madre es la más experimentada, así que la que está peor calificada es definitivamente...¡la que acaba de recibir su título! (o sea, la pobre primeriza, que además de recién parida, magullada, inflamada y quizás despeinada y deprimida, no ostenta ninguna experiencia). Muchas son las veces en las que he escuchado la frase de "qué buena leche tienes" porque el niño está gordito (¿o sea que si estuviera flaquito sería porque la leche es mala?).

En fin, que con esto de la leche hay mucha tela que cortar. Pero lo que más me sorprendió cuando me afané en esto de las tetas fue descubrirme tan increíblemente ANIMAL. Debo decir que gracias a ello superé todas las trabas. No me da vergüenza sacarme la teta en cualquier lado, lo he hecho en todas las situaciones más increíbles con la discreción natural de quien debe amamantar: como algo muy normal, en las escaleras de un centro comercial, en la cola de pasaportes, en una reunión de trabajo, en el cine, en una fiesta...

Nadie me dijo tampoco que iba a estar hasta ocho horas al día sentada en una mecedora, amamantando. Cuando mi esposo y yo compramos la silla, habian dos tipos: una mullida, llena de almohadas ergonómicas, y otra mucho más económica y también más dura. Ya me parecía una exageración pagar tanto por una simple silla que se mece, así que compramos la más barata. ¡Craso error! No se imaginan las veces en las que tenía en mi mente la otra, la espléndida, la espectácular, la mullida OTRA mecedora. Pero en fin, ya me acostumbré. Los manuales dicen: mientras amamante no encienda la televisión, no hable por teléfono y manténgase relajada. Debo decir que ninguna de estas premisas la he podido cumplir, pues ocho horas son ocho horas y sobre todo en la noche me he vuelto una experta viendo TV sin sonido -leo los subtítulos- y gracias a la tele no me duermo con mi hijo en brazos.

Compré uno de esos aparatos para sacar leche manuales... ¡Otro error! Pasé horas rompiéndome los pezones para que saliera una gota y me sintiera aún más angustiada porque "debe ser que no tengo tanta leche como parece". Gracias a Dios ahora soy una experta ordeñadora y ando para arriba y para abajo con una maquinilla portátil, bolsitas estériles y un termo, y puedo ordeñarme en cualquier lado en donde encuentre un enchufe y un mínimo -pero apenas mínimo- de privacidad. Así que sí, estoy segura de que leche y miel ¡van de la mano!


1.11.06

Jarabe de paciencia.

Ahora Daniel, mi primer hijo, tiene dos años y medio. Es un niño increíble -eso dicen todas las madres de sus hijos ¡pero es que es verdad!- y cada día me sorprende con sus cosas. Persigue la luna desde que pudo señalarla a conciencia y lo celebra eufóricamente cada vez que la encuentra. En su media lengua me suelta frases que realmente me han dejado patitiesa como la vez que no sabiendo bien lo que quería me dijo: “No me salen las palabras precisas” y luego resultó que la frase ¡era parte de una canción mexicana de esas de amor y dolor, que se había aprendido de memoria...!

Gracias a él he aprendido tantas cosas diversas e inimaginables… desde escribir en la computadora y concentrarme profundamente en lo que hago –como ahora- con él en las piernas bamboleándose de un lado a otro sobre mi cuerpo, hasta despertarme a cualquier hora de la noche como hacen todas las mamás. Yo jamás me imaginé capaz de ello, mucho menos de suspender un almuerzo. -¡Por nada del mundo! ¡La comida es sagrada!- me decía cuando estaba soltera y sin hijos, y ahora es rara la vez que desayuno, almuerzo o ceno sin estar pendiente de la comida de otros.

Siempre me supe una impaciente empedernida pues todo lo quiero ¡ya, listo, enseguida, rápido!... así que todos los matices de paciencia que gracias a él me entran en el cuerpo de manera casi natural me parecen el mejor de los aprendizajes. Ocurren de pronto, así, sin aviso, como cuando hoy, luego de una larga persecución para que se tomara la medicina, se botó la cucharada pringosa de jarabe rojo sobre la cara, el cabello, el pijama y las almohadas. Entonces ella -la paciencia- se derrama sin avisar sobre mi cuerpo,e inventa por mi una frase, un gesto, un modo, para limpiar-quitar-poner-llenar-engatusar al diablillo de mi hijo y dulcemente salirme con la mía. Yo también “pierdo la paciencia”, por supuesto, pero lo cierto es que desde mi primer embarazo potencialmente he desarrollado esa cualidad tan propia de las madres. Y es que tal vez ella, la paciencia, viene dentro del empaque ese tan especial de nueve meses…¿no creen?

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Lo que ha funcionado para darle las medicinas a Daniel:

  • explicarle para qué sirven las medicinas, con palabras sencillas y claras
  • agacharme y hablarle desde su altura, no desde la mia
  • decirle que aunque no quiera, se la tiene que tomar, y que si él no se la toma por su cuenta, hay que dársela a la fuerza
  • después de tomarse la medicina siempre hay un dulcito: un caramelo por ejemplo, para que pase el sabor de la medicina, y también un vaso de agua
  • en lo posible, no alterarme
  • cuando está enfermo y tiene que tomar varias medicinas, cada medicina que se toma representa un "punto" (en forma de calcomanías, pastitas, piedras, etc.) que vamos acumulando. Cuando llegamos a 10, por ejemplo, hay un premio sorpresa...
  • hay unas pastillas masticables -pediátricas- de Tempra para la fiebre, él cree que son caramelos y se los come muy feliz. Las tengo escondidas para que no las encuentre. Nunca las saco del empaque frente a él, se las doy como si fuera un caramelo.
A veces nada de esto funciona, y entonces se usa la fuerza. A la fuerza es: tomarlo fuertemente de brazos y piernas (sin hacerle daño). Si cierra la boca, taparle la nariz para que abra la boca y darle el medicamento.

Lo que no me funciona:
  • darle la medicina en el tetero, o en un vaso con jugo, pues siempre me descubre
  • que mi esposo y yo discutamos frente a él sobre cómo es la mejor manera de darle la medicina o qué recurso usar...
  • estar apurada
  • perder la paciencia

Clase de maternidad en una peluquería

El día que supe que iba a ser mamá por primera vez (hace más de tres años) estaba tan nerviosa que mientas esperaba los resultados del examen de laboratorio me metí en la peluquería. Para mi las peluquerías son lugares de salvación: siempre llego como perdida, sintiéndome como “cucaracha en baile de gallinas” –fuera de lugar, pues-, y al mismo tiempo con la certeza de que allí van a “recogerme y salvaguardarme de mis precipitaciones”. Es extraño, pero, el hecho de tomar una revista de lo más banal y que me manoseen el cuero cabelludo, me reconforta de una manera muy especial. No me gusta que me hablen, ni me gusta hablar mientras me lavan o me secan el cabello. Sólo estar así, como autómata, en tanto ocurre la transformación.

Sin embargo ese día estaba demasiado aturdida, pues esperaba ansiosa que el resultado dijera que si. Había estado casi un año buscando ese bebé con médicos, medicamentos, inseminaciones… y mi esposo y yo nos habíamos sometido a todo tipo de exámenes previos. El deseo de quedar en estado había pasado por muchas etapas: amasar la idea de ser madre, decidir que iba a serlo, darme cuenta de que no era tan fácil a mi edad, buscar información, ir a un médico, luchar mes a mes con los test de embarazo, frustrarme cada vez que daba “negativo”, hacerme mil exámenes, padecerlos, pagarlos, ver los niños en la tele, en la calle, en la esquina y llorar por no tener uno, ver a mi hermana embarazada y llorar otra vez y sentirme mezquina por mi envidia, darme cuenta de que los médicos no me ayudaban de la manera que yo quería –desde el alma- sino con su ciencia –tan inexacta al tratarse del deseo-, inyectarme mil hormonas, correr con el semen de mi esposo al hospital, someterme a una, dos inseminaciones… en fin, darme cuenta de que aquello de “ser madre” era mucho más complejo de lo que yo imaginaba, y muchas otras cosas más complicadas aún que no describo aquí.

Y ahí estaba yo, esperando el resultado una vez más, impaciente hasta el tuétano.“Ser madre” “Ser madre”. Una extraña frase tan deseada… que no me dejaba un segundo de reposo. Pero la peluquera resultó estar embarazada. Una vez me había cortado el cabello y yo había reaccionado llorando porque el corte de pelo nuevo no me gustaba. Ella se disculpó y me dijo que el corte era perfecto. Ahora, unos meses después, estaba yo agradecida por aquel corte lejano y ella detrás de mi… ¡embarazada!. “Una señal del cielo” –me dije, pues si la peluquera estaba embarazada tal vez yo también lo estaría.

Por su barriga y mis ansias de maternidad comenzó la conversación y le pedí disculpas por aquel percance pasado y el mal rato que la hice pasar. –No, ni te imaginas… ese día que te corté el cabello me dijeron que estaba embarazada. Llevaba seis años buscando este bebé… figúrate. Cuando te corté el pelo estaba esperando el resultado. Este bebe es In Vitro…o sea que costó mucho dinero, pero sobre todo, mucho esfuerzo. Figúrate, ¡seis años!- entonces me contó todo su calvario.

Lo mío era una pajita en la nada, al lado de todo lo que ella había tenido que pasar para quedar embarazada. Me consideré afortunada, y me pareció que todo aquello era una “señal del cielo”. Una hora después, estaba con mi resultado positivo en la mano, y desde entonces paso a saludar a mi casual amiga, pues tuvimos los bebes casi al mismo tiempo –unos meses apenas de diferencia-.

Ahora decido abrir un blog sobre la maternidad, porque no sé, de alguna manera una mujer queda “hermanada” a todas las mujeres que han tenido hijos (o sea, a casi todas ¡qué sensación tan extraña!) y al mismo tiempo esa mujer queda “sola” o “aislada” en su larga maternidad… pues el proceso de criar niños pequeños no te deja tiempo ni para sacarte las cejas -menos para ir a la peluqueria- y por supuesto, mucho menos para hablar con otras mamás, a no ser de una manera casual. Así que este blog, si es que puedo, es para obligarme a compartir todas esas pequeñas -y a veces importantes- cosas que se viven en este cambiante y "enseñante" proceso de la maternidad.