29.6.07

Sorpresas diarias


Un hijo es una sorpresa diaria. Con sus tres años, Daniel aprendiendo el mundo llega directo al centro de las cosas. Lo que llaman "la esencia"
Por la mañana vamos de la casa a la escuela por los caminos verdes, a veces tomo una ruta, a veces otra. Esta mañana vamos por lo que llamamos "el camino de los lobos", pues siempre vemos perros negros que llamamos lobos y los vamos atrapando con cuentos de misterio. Cuando el camino de los lobos se acaba, Daniel se pone triste. Yo le explico que estamos otra vez en la ruta de todos los días. El asiente y dice:
-Ah, es que todos los caminos son hermanos.
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Vamos a una exposición de arte. Una escultura con forma de árbol retorcido, ramas intrincadas, se alza frente a nosotros. Daniel la ve detenidamente y me dice:
-Un árbol de invierno.
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Hace unos días estuvo con muchos vómitos y tuvimos que internarlo en la clinica por deshidratación. Por suerte, el lugar es pequeño y parece una casa de familia. La pediatra es su amiga, y él coloca valientemente su brazo para que "algo así como un zancudo lo pique". Pasamos la noche con el suero en su brazo pequeñito y al día siguiente le amanece bastante inflamado. Cuando le quitan todos los adminículos, él aprieta su mano visiblemente más grande que la otra y dice:
-Tengo la mano fuerte.
Luego mueve la otra mano y compruebla la diferencia.
-Esta la tengo suave. Y esta la tengo fuerte...
A la enfermera la llama "la señora que vive aquí" y del tratamiento dice "ahora tengo el cuerpo lleno de agua"

21.6.07

Días de pesca


El pequeño lago nos esperaba todos los veranos para pescar carpas. En Suecia eso estaba prohibido, pero no importaba porque habíamos inventado un oficio. Eramos pescadores. Muy temprano, preparábamos una masa blanca y gomosa con harina y agua y partíamos en bicicleta rumbo al parque. En el camino ibamos recogiendo niños. Amelia y Natalia, las hijas de Gori, y todas sus amigas, formaban junto con su padre un muelle de cuerpos felices. Era Verano y las carpas abundaban en el lago. Pescar era tan fácil, que luego el trabajo era volver a tirar todos los peces al estanque.

Nos sentíamos culpables por devolver los peces con una pequeña herida en la boca, y al mismo tiempo, aquello era una gran fiesta para todos los niños que disfrutaban exaltados la aventura de ser pescadores. ¡Un día pescamos 45 carpas amarillas!. Teníamos las manos llenas de baba de pez, y hasta un poco de cansacio porque lo que se hace por repetición pierde la gracia. Un día volvimos al lago en invierno. No pescamos ni un pez, ni tan siquiera uno triste o negro. Regresamos a la casa cabizbajos porque hacía frío, el cielo estaba gris, el parque no tenía hojas verdes y Amelia y Natalia no habían podido pescar... ni siquiera había otros niños para jugar a las escondidas. Ese día llevamos la caña de pescar en el hombro como un luto porque la magia de lo vivido no se repite, aunque vayas en su búsqueda, aunque corras por las esquinas para ver si lo encuentras. Hoy regreso a la memoria y gracias a estas fotos mi recuerdo se hace lúcido y nítido. Amelia juega feliz en el parque. Las carpas regresaron al estanque. Y todo eso quedó en algún lugar de nuestros cuerpos, transformado, suelto, en la quietud de lo pasado. Amelia y Natalia tienen ya 11 años. Nosotros tenemos ahora dos hijos que entonces no teníamos ni soñábamos tener. Amelia y Natalia tienen otra hermana que acaba de nacer. El lago no queda detrás de la casa y en cambio queda el ancho mar. Yo invento otros juegos con dos niños pequeños, porque en Caracas no hay ni lagos ni carpas que se puedan pescar. Pero ese Verano (aunque no vuelva ya) quedó en ese lago, impregnado de eternidad... porque supimos hacer con él un sello en el mapa de la vida... uno más.


7.6.07

Las piyamas locas...


Es difícil ser mamá por estos días. Una nube negra me persigue, un susto de país, una rabia, una mezcla de cansacio con ganas de creer que algo pueda pasar con no se qué... y entonces los niños arman berrinches o no quieren comer o se ponen rebeldes. Daniel me muerde en una mano y cargo por dos días la marca de sus dientes que me quema, me arde y me recuerda que su mal comportamiento tiene que ver con lo que ocurre por fuera (y nos ocurre por dentro a los adultos).
Pero hoy, con la excusa de que estábamos "solos" en casa pues papá estaba fuera, yo propuse jugar "a las piyamas locas". Un juego que inventé al vuelo para que Daniel se pusiera la ropa de dormir -tiene una adversión natural a ponerse la ropa, sobre todo en la noche, cuando le da por correr desnudo por toda la casa ya que sabe que al ponerse la ropa, llega la hora de ir a la cama-.
"El juego de las piyamas locas es asi: hay que vestirse por orden de tamaño" y así nos fuimos vistiendo diligentemente... Primero Andrés (muy fácil, aunque ahora se retuerce como un pulpo forzudo cuando voy a ponerle el pañal), luego Daniel (cayó rápido, y se puso la piyama sin chistar), y por último yo, la más grandota.
Luego nos encerramos en el cuarto ¡y comenzó la diversión! Aún sin inventar el juego, iba pensando... pensando. Llenamos el cuarto de cojines, pusimos la música alta y las piyamas locas enloquecían cuando la música se escuchaba y corríamos a buscar un cojin para dormir cuando se apagaba la fiesta.
Mi gran sorpresa fue Andrés. Con sus 11 meses, bailó y bailo hasta cansarse y en todo momento comprendió que aquello se trataba de un juego, un bonche, un bochinche... meneó sus bracitos, tocó palmas, se rió a carcajadas y encendió los motores del piano y la batería electrica. Y Daniel, por su puesto, cuando acabó el juego inventó otros y el resto de la noche se portó de mil amores.
Asi que me fui a la cama pensando... que es sin embargo tan fácil -y tan constructivo- ejercer una sana maternidad, quiero decir, bajar los escalones de la infancia y llegar hasta ellos para compartir un rato, un ratito apenas (¿el juego duró cuánto, 15 o 20 minutos, no más?) y disfrutar de un juego, uno cualquiera, en el aquí y el ahora. ¡Es tan simple! ¡tan corto el tiempo que van a querer jugar conmigo! ¡tan divertido! ¡tan bueno el recuerdo! que por eso lo quise compartir... en este diario de madre de todos los días.

3.6.07

Si "algo" pasa


Aunque me gustan los estudiantes porque son la levadura del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura y estoy feliz porque han salido a la calle a marchar por la libertad de expresión, yo quiero que alguien me devuelva de nuevo a mi país. Aquel que tenía cuando cumplí diez años y compraba un ricomalt por real y medio en una bodega, aquel que tenía hace veinte años cuando en la universidad eramos la generación boba, o aquel de hace apenas diez años cuando salíamos a la calle sin tanto miedo de que "algo" pasara (y en la categoría de "algo" cabe cualquier cosa, desde un robo, un tiroteo y todos al suelo, hasta una marcha, un motorizado con capucha roja que pasa desafiante, una lluvia incontrolable que se lleva todo a su paso, una laaarga cadena dictatopresidencial, un cacerolazo, un susto porque te van a quitar a tus hijos a medias o tu casa o una parte de tu casa o algo, una guarimba, un quinchoncho, un chute, un chuzo, un huevo chimbo, un hueco, un chimborazo en el coco...).
Ahora cuando llueve mucho no vamos a la playa, y si no llueve y el día está soleado hay que ver cómo está la trocha porque tal vez la cerraron, y si la trocha está abierta y sin derrumbes, tal vez cuando bajas te atracan por ella o igual no se puede bajar porque hay una huelga que trancó la autopista y son tres horas de cola, asi que casi nunca bajamos a la playa con los niños porque nunca se sabe no vaya a pasar "algo". Ahora cuando la gente va al cine lo cuadra todo para ir al centro comercial más seguro y cercano. Los centros comerciales son ahora las plazas y hasta a la placita del Hatillo que era la única plaza segura le quitaron su centro, porque ahora cuando vamos al Hatillo se puede ir también al Centro Comercial el Hatillo, que queda a dos cuadras de la plaza y para qué ir a la plaza si en el C.C. hay una heladería 3D y una especie de pueblillo en miniatura entre tiendas y no llueve.
Yo quiero de nuevo a mi país. Aquel sin tantos problemas políticos, y con tantos otros problemas, pero que lamentablemente nadie se enteraba a menos que leyera el periódico (ahora aunque no leas los periódicos igual te enteras de cualquier manera). Ibamos a una parrilla los domingos, paseos a caballo en el Junquito y golfeados con queso, subidas al Avila mochila en mano, fiestas hasta el amanecer sin un secuestro express, el Cine Prensa con sus películas novedosas y el Festival de Teatro cada dos años disfrutando los espectáculos de calle como si nada... no habia internet, ni teléfonos celulares, ni tanto chip agudo y se escribian cartas que tardaban siglos en llegar aunque el fax ya era una cosa rara y novedosa, pero no nos sentíamos inseguros caminando por las calles por "algo" que podía pasar.
Yo quiero de nuevo vivir la cotidianidad de los días, haciendo simplemente lo que hacen las familias en cualquier parte del mundo y nada más que eso. Llevar a sus hijos a algún sitio el fin de semana, salir con los amigos, visitar a la familia, estar en el jardín comiendo frutas, hablar de cualquier cosa sin importancia, ( 0 como decia en un poema muy viejo "tomar te en el patio con chicharras, agujerear cáscaras de insectos, chupar frutas, lamer semillas"). Ser feliz ya, como dijo Amelia la hija de mi esposo un día: "yo quiero ser feliz ya" y desde entonces ese ha sido un lema de la casa, ¿porque para qué está hecha la felicidad sino se la puede tener ya, ahora, en ese súbito y preciso instante? y entonces ser feliz ya es ser feliz con lo que se tiene sin muchas complicaciones... ¡pero caray, hay que ejercitarse bastante en esa lógica oriental para lograrlo en este país convulsionado de "algos" que te menean a cada rato el porvenir con amenazas!