16.3.07

Y qué más da...

Mi esposo y yo casi nunca salimos. Nuestras noches transcurren entre teteros, llantos y duermevelas -y ultimamente, por un virus estomacal, hasta amanecemos bañados en vómitos de niños y algo mucho peor que eso-.
Pero la otra noche fue diferente. Mi esposo, que es poeta como yo, fue invitado a recitar junto con un amigo en un reconocido, pequeño y exclusivo restaurant capitalino. El programa incluía a una banda de músicos -inventora del evento- que tocaría mientras ellos recitaban sus poemas.
Nosotros pedimos ayuda para que cuidaran a los niños, dejamos teteros, cenas, baños, cambios de ropa... todo listo para salir. En el último momento la diarrea in crescendo de Daniel casi me hace quedarme en casa, pero con teléfono celular en mano decidí salir y enfrentarme a la noche... ¡ta taaaa!
Resulta que la banda de músicos no organizó la cosa correctamente. Que la gente del local sabía a medias del recital. Que por exclusivo, apenas había catorce personas cuando comenzaron a leer, de las cuales una era yo, y dos eran amigas del poeta amigo de mi esposo. Que los otros comían sendas carnes a la brasa con papas fritas mientras los poetas leían sus poemas... y realmente, lo que se dice realmente, apenas dos o cuatro personas estaban interesados en la lectura. El resto, comía su carne y hablaba en voz un poco baja. Lo peor: la organizadora de todo hablaba y se reía con un grupete de cuatro mientras los poetas, sin haber sido presentados por nadie, leían sus poemas. Ella descaradamente le mandaba mensajes de texto a los de la banda para que "cantaran y tocaran ya".
El recital acabó muy pronto porque mi esposo y su amigo poeta apenas leyeron unos pocos poemas en ese extraño ambiente obligado. Yo me retorcía del hambre pues por exclusivo, los precios de la comida eran para cortarle la digestión a cualquiera. Mi esposo y su amigo llegaron a la mesa como si hubieran cometido un pequeño crimen: leerle sus poemas a gente que no estaba muy interesada en escuchar. Tuvimos la decencia de reirnos del incidente, incluso el amigo de mi esposo declaró que "era un ejercicio que hacía para el bien de su salud mental: hacer el ridículo al menos una vez al mes"... Nadie, ni siquiera el dueño del lugar, nos invitó no digamos a un suculento pedazo de carne con papas fritas, sino que ni siquiera nos ofreció el par de cervezas que tomamos. Tuvimos que pagarlas.
En fin. Yo me quedé triste, porque en vez de invitados, homenajeados, o qué se yo -ya que ninguno de los dos cobraba nada por leer- parecía que nos habían hecho la caridad o algo así. Mientras ellos leían, yo pensaba en lo difícil que es leer lo que se escribe, pensaba en el enorme esfuerzo que supone "abrir el interior", dejarlo al aire libre, exponerlo... sin otra razón que la de la fiel entrega. Lástima que esta vez la entrega ocurrió como en los circos romanos. En carne viva. Y qué más da... digo yo.

3 Comments:

Blogger La Gata Insomne said...

Qué fuerte!!1
perdona la grosería pero QUÉ ARRECHERA!!!! hay que ser cool para calarse ese desprecio de brutos.
me alegro de que se hayan reído, es un buen signo, igual que el comentario sobre hacer el ridículo, pero creo que 1 vez al mes es suficiente, esos deben hacerlo a diario
por último, ja!! qué risa lo que dices de lo dificil de leer lo que se escribe, te saltas lo dificil que es ESCRIBIR!!!!

9:46 p. m.  
Blogger Maria D. Torres said...

Soniaaaaa, qué horror! Pero nada, a reirse de los absurdos de la vida y seguir adelante. Todos los días se aprende algo nuevo!
Besos a los dos, y ánimo que no todas las salidas de noche tienen que ser como esas!
Besos

10:48 a. m.  
Blogger Unknown said...

De verdad que nosotros los artistas somos de hierro... pero al final disfrutamos cada cosa que hacemos...!!! siempre digo que quienes se lo pierden dejan de contemplar el mundo mágico que envuelven las artes... Guau!!!-comparto lo de hacer el ridículo 1 vez...además de reír!!!lo mejor de todo es hacer lo que a uno le gusta, quien quita que halla otro igual y lo pueda disfrutar...

9:32 p. m.  

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