29.12.06

Otra vez Navidad

De pequeña, la noche del 24 me acostaba con el corazón en la boca. La emoción de abrir los regalos, de esperar un mes, una semana, un largo día... el ruido de los papeles abriéndose estrepitosamente, los gritos de mis primos, la algarabía de los mayores. Luego crecí y la Navidad siguió emocionándome porque aún los regalos despertaban algún interés, pero nunca fue igual. Años más tarde, ya adulta y sin hijos, la Navidad era una especie de ilusión acartonada: ver a los sobrinos con sus risas, estar con la familia, cocinar platos ricos, comer en una gran mesa, prender velas, escuchar aguinaldos. Pero en el fondo, en el fondo, una gran tristeza porque ya el niño Jesús no llegaba a mi cama...
Con gran emoción, puedo contar que esta Navidad otra vez el niño Jesús vino a mi cuarto. Me acosté de nuevo como cuando era muy pequeña, con el corazón que iba a saltar de mi pecho... pero extrañamente, por primera vez en mi vida, estaba más emocionada porque mis hijos iban a abrir sus regalos, porque mis hijos iban a vivir la Navidad recién estrenada para ellos y hecha en parte por nosotros los grandes. Me preguntaba cómo reaccionaría Daniel ante su bicicleta nueva, cómo ante el piano y los títeres. Y aunque Daniel no mostró casi interés alguno en abrir los siguientes regalos (quizás con un sólo juguete le hubiera bastado) yo estrené de nuevo una Navidad de aquellas infantiles como cuando sacaba torontos del pequeño árbol que mi abuela colocaba en la puerta de su casa.