7.6.07

Las piyamas locas...


Es difícil ser mamá por estos días. Una nube negra me persigue, un susto de país, una rabia, una mezcla de cansacio con ganas de creer que algo pueda pasar con no se qué... y entonces los niños arman berrinches o no quieren comer o se ponen rebeldes. Daniel me muerde en una mano y cargo por dos días la marca de sus dientes que me quema, me arde y me recuerda que su mal comportamiento tiene que ver con lo que ocurre por fuera (y nos ocurre por dentro a los adultos).
Pero hoy, con la excusa de que estábamos "solos" en casa pues papá estaba fuera, yo propuse jugar "a las piyamas locas". Un juego que inventé al vuelo para que Daniel se pusiera la ropa de dormir -tiene una adversión natural a ponerse la ropa, sobre todo en la noche, cuando le da por correr desnudo por toda la casa ya que sabe que al ponerse la ropa, llega la hora de ir a la cama-.
"El juego de las piyamas locas es asi: hay que vestirse por orden de tamaño" y así nos fuimos vistiendo diligentemente... Primero Andrés (muy fácil, aunque ahora se retuerce como un pulpo forzudo cuando voy a ponerle el pañal), luego Daniel (cayó rápido, y se puso la piyama sin chistar), y por último yo, la más grandota.
Luego nos encerramos en el cuarto ¡y comenzó la diversión! Aún sin inventar el juego, iba pensando... pensando. Llenamos el cuarto de cojines, pusimos la música alta y las piyamas locas enloquecían cuando la música se escuchaba y corríamos a buscar un cojin para dormir cuando se apagaba la fiesta.
Mi gran sorpresa fue Andrés. Con sus 11 meses, bailó y bailo hasta cansarse y en todo momento comprendió que aquello se trataba de un juego, un bonche, un bochinche... meneó sus bracitos, tocó palmas, se rió a carcajadas y encendió los motores del piano y la batería electrica. Y Daniel, por su puesto, cuando acabó el juego inventó otros y el resto de la noche se portó de mil amores.
Asi que me fui a la cama pensando... que es sin embargo tan fácil -y tan constructivo- ejercer una sana maternidad, quiero decir, bajar los escalones de la infancia y llegar hasta ellos para compartir un rato, un ratito apenas (¿el juego duró cuánto, 15 o 20 minutos, no más?) y disfrutar de un juego, uno cualquiera, en el aquí y el ahora. ¡Es tan simple! ¡tan corto el tiempo que van a querer jugar conmigo! ¡tan divertido! ¡tan bueno el recuerdo! que por eso lo quise compartir... en este diario de madre de todos los días.

3 Comments:

Blogger La Gata Insomne said...

qué bellos los 3, ya los imagino, además sé de que hablas, te puedo hacer una chuleta, el problema es que hay que inventar no nuevo cada semaa y tener repertorio para variar, porque son más vivos!!!!
me imagino a Andrés como un gorila, como lo vienes describiendo, quiero verlos más que imaginarlos.

En fin, es pura suma cada instante de bajar a la infancia, para ellos y para ti

besos a todos

2:23 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

A mis tres niños jugando a las piyamas locas me dan ganas de verlos por un huequito. Me divierto tanto sólo de pensarlo.
Y digo tres, porque la grandota a mi aun me parece una niña pequeña. Para mi los tres son tres niños jugando a la vida, entregandose a la risa y a la diversión. Sólo que la grandota se aprovecha de la ingenuidad de los chiquitos y los engaña y con ello logra que se pongan la piyama con alegría, porque saben que la piyama se vuelve loca y con ella llegan la fiesta y las risas.
Que Dios me los bendiga

4:13 p. m.  
Blogger Maria D. Torres said...

Que ricura!!! Hay que aprovechar hasta los piyamas para gozar esta etapa de la vida de nuestros cachorros en medio de tanta turbulencia! Eres un genio... o una genia, como diría la suegra!!
Besos a los 4
Ya de regreso de mi mes sabático en Margarita. Cuando nos mudamos todos para allá?

11:42 p. m.  

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