1.12.10
6.1.09
De nuevo hallacas...
Miguel limpiando las hojas, que como nos hemos vuelto cómodos y prácticos, ahora las compramos ya limpias (así lo dice la etiqueta: hojas de hallaca limpias), pero como igual desconfiamos, les pasamos un trapito.
He aquí la cadena de montaje, cuando el guiso estuvo listo, y nos organizamos lo suficiente como para armar la fábrica de masa-guiso-aceituna-adorno-hoja-y-amarre...

Y que nadie diga luego que las hallacas de su madre son las mejores porque las de mi madre, que fueron las de mi abuela y que ahora son las mias, son las mejores... Y menos mal que en esta familia en ese aspecto no hay conflictos, porque las mías son las tuyas y las suyas son las tuyitas y todas son de la misma madre... Como la santísima trinidad, amén.
¿Ud. sabe cómo se llega a Manzanares?

20.11.08
Excursiones...

26.10.08
La leche que gotea...

Estrías diminutas Piel sobrante
Un hijo y luego otro
El apenas nacido
manotea y flexiona a su paso
El otro
da vueltas por la casa acechando al misterio de la súplica
abriendo paso al ruego del amor
Algo sin nombre se estremece
en nombre de la carne
El poema se oculta en lo tibio
adormecido
aletargado
atisbando
Sabe de mi
por la leche tibia que gotea
Debe decir: -Coman
Beban
Nútranse-
pues pocas son las veces
en las que un alimento crece
sin ceremonia ni súplica de ser
12.10.08
Tiempos cruzados.
8.10.08
De madre a robot...

Un secreto orgullo me inundaba siempre cuando pensaba en el término "supermujer". Los Angeles de Charlie, la Mujer Maravilla, las Chicas Superpoderosas en sus diferentes épocas de tv y con sus títulos grandilocuentes me hicieron sentir "parte de ese clan". Un clan. Alguno. Pues aunque las mujeres, "esas" capaces de hacer cuatro cosas al mismo tiempo como llevar un hogar, dirigir un escritorio de abogados, gerenciar un supermercado o un gupo de teatro -indistintamente- o hacer panquecas mientras se le saca la raíz cuadrada al epíteto tajante... "esas" formamos secretamente parte del club de las supermujeres, y aunque no nos reunimos en ningun sitio, ni tenemos distintivos, ni ganamos medallas, ni nada de nada... nos reconocemos en la calle por una pequeña gotita de sudor perlada que nos pasa por la frente sin arruinar el peinado o el maquillaje, por ejemplo, y cosas parecidas.
Pero el orgullo me duró hasta hace poco, cuando leí el libro "Creciendo con nuestros hijos" de Angela Marulanda. Uno de los capítulos titulado "El síndrome de la supermujer" que me leí en volandilla me definía a la perfección... ¡a la perfección! y fui feliz perteneciente del clan hasta que la lectura se tornó color de hormiga y comenzó una lista descriptiva muy desagradable. Veamos:
Las supermujeres
-consideramos que nadie en la casa hace las cosas ni maneja a los niños tan bien como nosotras
-nos sentimos culpables cuando nos sentamos a descansar un rato
-creemos que la única forma de que las cosas salgan bien, es si se hacen como nosotros decimos
-nos ocupamos de encontrar todo lo que los hijos pierden
-vivimos pendientes de los compromisos de todos los niños (y los del marido) para recordarles continuamente lo que deben hacer
Y luego terminaba con un "es preciso evitar a toda costa que en el afán por cumplir con nuestras múltiples responsabilidades perdamos la sensibilidad, la ternura, la alegría y la afectividad" y de inmediato recordé aquella vez en la que Daniel tuvo una pesadilla conmigo, y su pesadilla era que yo, su madre, era un gran robot... ¡iun robot!
¿Cómo había ocurrido aquella transformación? Tal vez cuando nació mi segundo hijo, me dije, y de cuidar un hijo pasé a la suma de dos al cuadrado, llevar la casa y seguir con mi trabajo como si nada hubiera pasado. Tal vez cuando se me borró el nombre, entre cesárea y cesárea, y quedó bordado entre punto de cruz y punto atrás en una de las capas internas de la piel, allá abajo, justo donde ahora reluce un pequeño cordón enrojecido... tal vez, me digo, cuando no fui más al cine con mi marido, y se acabaron las cenas románticas con velas, y se cambiaron por noches en vela cuidando algún niño enfermo. Tal vez.
Pero nunca es tarde cuando la dicha es buena, me digo. Así que voy a ver cómo se hace para desandar el camino de supermujer, no sé si seré buena alumna en esto de desaprobar lecciones, pero ahí voy, haré el intento. Descuelgo mi medalla de oro, la dejo en el camerino, y salgo... Abandono el club, aunque sea por un ratito. Ya les hiré contando.
5.10.08
De nuevo en casa
