25.7.07

Siempre hay más.


Parece que se me agotaron los minerales y tengo una baja de planetas... o sea: la tierra la veo lejísima -así como en Saturno- y al mismo tiempo me siento como una rana caída de un plátano y aplastada contra el suelo. Pero sigo en mi función de madre todo poderosa. Mamá que te quiero mucho. Madre amantísima de dos reteques que me jalan la falda al mismo tiempo llorando por algo distino. Porque... ¿cómo se hace con este oficio en el que no se puede uno enfermar, digo, tomar vacaciones, ausentarse pues de alguna manera?. Hay que andar siempre con la primera puesta: pa'lante y sin retromarcha, comprando los pañales, la leche o la comida, meciendo a uno, consolando a otro, pensando en el pollo que hay que sacar del congelador cuando se besa o se abraza -o algo más, lamentablemente a veces eso también sucede-, limpiando el polvo que siempre se acumula, haciendo un tetero, armando un TRANSFORMER muy dificil, sacando cuentas del hogar y cuentas del trabajo al mismo tiempo que se resuelven problemas psicológicos complejos...
A veces, cuando aún no he llegado a la casa pienso en todo lo que falta por hacer y creo que no voy a poder. Pero es increíble: siempre me salen las fuerzas de alguna parte recóndita y escondida. Siempre hay más... el método es pensar en la tarea que me toca los próximos minutos -y no más-.
Pero hace unos días dijo mi terapeuta corporal -si, aunque no se lo crean tengo un terapeuta que me unifica el alma con el cuerpo...- que se me acabaron los minerales y que tengo que ir urgente a inyectarme una dosis de suero mineralizado...
Será por eso que no he escrito en el blog, ni puedo leer nada, mucho menos escribir algún poema. Será por eso que cuando llega la hora en la que acuesto al último niño, simplemente no puedo más y me tiro en la cama con el control remoto a ver los canales pasar. Y aunque ya no tenga minerales, por la mañana me he repuesto un poco pues apenas escucho a Andrés brinco como perro rabioso y tengo las mismas ganas de siempre de darle su tetero y verle los cachetes rechonchos y las manitas gorditas dando vueltas de placer mientras chucha su tete. Gracias a Dios en esta tarea de ser madre... siempre hay más en alguna parte.

5.7.07

Una lagartija soñada


El otro día Daniel se despertó y con los ojos bien abiertos me dijo:
-Mamá, ponme el disfráz de lagartija.
-¿Qué?- pregunté sin entender, pues mi hijo Daniel no tenía ningún disfráz así.
-Sí, dámelo, el disfráz de lagartija, con la lengüita roja, el que es todo verde.
Le mostré el de pirata, el de príncipe con sus espadas, hasta el de torito que se puso cuando era un bebé.
-No mamá. El que me pusiste anoche... Era bellísimo, yo me arrastraba por todas partes, me transformé en una lagartija de este color (dijo enfáticamente, señalando el color exacto del traje que le tenia que poner urgente en ese mismo instante)
La explicación del traje continuó dos días más. Por la mañana me preguntaba por el disfráz, y yo le volvía a explicar.
-No hijo, tu seguramente lo soñaste... O tal vez te lo pusieron en la escuela.
Al tercer día hubo llanto y crujir de dientes. La escena continuó mientras lo vestía, mientras lo montaba en el ascensor, mientras llegábamos a la escuela.
-¡¡¡¡¡Quiero mi disfráz de lagartija!!!!! ¡¡¡¡El que me pusiste la otra noche!!!!! Por favor...
Por si a las moscas, pregunté en la escuela si le habían puesto algún disfráz parecido, pero no: el fulano traje no existía. En la puerta de la escuela, atiné a decir que iba a comprarle uno así, que tal vez lo podía encontrar... pero que no era nada fácil, que las tiendas quedaban muy lejos, etc.
La mañana fue super complicada y realmente olvidé la promesa. Cuando llegué a buscarlo me esperaba con los ojos bien abiertos.
-¿Y mi traje de lagartija?
-No lo conseguí- mentí -lo buscaré esta tarde otra vez...
Me costó trabajo convencerlo, pero finalmente se resignó a esperar hasta la tarde, asi que tuve que cambiar mis planes de trabajo y dirigir mis pasos hacia el Boulevard de Sabana Grande en la difícil búsqueda, pues fuera de la época de carnavales, los disfraces no son fáciles de encontrar... mucho menos uno tan particular como "de lagartija". Por suerte, encontré una especie de cachucha verde con lengua y un mono verde horroroso, lo compré como si hubiera encontrado oro en pepitas. Al llegar a mi trabajo le cosí una cola con brillos, una barriga verde peluda y le puse ojitos a la cachucha fea. ¡Tenía mi traje de reluciente lagartija soñada!
Mi hijo me llamó cuatro veces por teléfono para preguntar cuándo llegaba y si ya estaba en camino. Tuve que apurar las cosas y finalmente cuando llegué a la casa, Daniel me esperaba con una sonrisa de oreja a oreja.
-¡Mi traje! ¡Mi traje!
Yo estaba un poco asustada, pues casi siempre los sueños son infinitamente mejores que la realidad, asi que saqué mis trapos de la cartera y se lo entregué confiando en que hicieran su efecto. ¡Ta taaaaan!
Cuando Daniel se puso finalmente su traje soñado, corrió al espejo, se arrastró, trepó, brincó, saltó, llamó a su primo Enrique, me rogó que lo llevara hasta donde estaba su primo con un grupo de amigos y allí se mostró inflamado de orgullo con su traje verde perico de lagartija. La lagartija más hermosa del universo. Todavía le dura la obsesión y por las mañanas me pide que le ponga su traje y se dedica un rato largo "a comer moscas" (una mosca se traduce en cualquier puntito negro que encuentre por el suelo, sea hormiga, mariposa, moco, pelo o piedra) por toda la casa. ¡Que viva la infancia!