24.8.07

Primeros pasos



Andrés dió sus primeros pasos (no digo dos pasitos y al suelo, sino algo más de tres...). Se dió cuenta muerto de la risa de lo ancho y largo de este mundo y fue y vino, fue y vino, fue y vino. Yo emocionada lo grabé porque hoy en día no hay derecho de no guardar recuerdos tan importantes, tan fácil, con sólo apretar un dedo. Pero para guardar el hecho en la memoria -quiero decir: mi segundo hijo dando sus primeros pasos hacia mi- hace falta más que una cámara digital. Hace falta que una se detenga en la vida y agradecida, bendecida, humana, compartida, suave y diligente una diga (y grite): ¡mi hijo dando sus primeros pasos!. Mi hijo caminando ¡caminando! como otro día diré: mi hijo durmiendo en casa de un amiguito por primera vez, mi hijo corriendo en una bicicleta, mi hijo comprando un refresco en la tienda, mi hijo con su novia... pero en fin, lo que quiero decir es que estas cosas importantes y simples pueden luego barajarse en la memoria si en el momento se logra ver el presente con lo que llamo "ojos grandes" (ojos de emoción, ojos de sentir, ojos de ver). Por eso llamé a mi esposo y le dije: asiste al acontecimiento ¡tu hijo caminando!. Y luego se me ocurrió esto de compartirlo, porque para qué tener un blog sobre la maternidad si no se comparte algo tan grande alli también. Para eso tuve que aprender algo como bloguerista aficionada -subir un video en la red- pero no fue tan dificil como lo imaginaba... "¡es que hoy en día...hay que ver!" diría mi abuelita, y ahora lo digo yo.

20.8.07

Dime dime espejito...


Desde adolescente, verme en el espejo antes de salir era una acción imposible de olvidar ¿¿¿Y cómo?? Era usual que al ponerme una cosa y pararme frente al espejo, corríera a ponerme otra cosa, y otra, y luego otra -pues el espejo rara vez aprobaba lo que veía- hasta que luego de una exasperante hora volvía a la ropa que me había puesto al inicio. Un horror. También recuerdo cómo sobreviví a mis primeras clases de ballet y danza contemporánea, pues no terminaba de aprobar mi imagen (larguirucha, flacuchenta y un tanto "culona" según los parámetros que giraban sin ton ni son por mi cabeza de 16 años). Pasaron varios años para que yo pudiera aceptar con amor sincero lo que el espejo reflejaba. Pero como los años adolescentes se viven así, entre altibajos, de no querer verme nunca, con el espejo pasé a la etapa de "hasta que la muerte nos separe". Pero no fue la muerte la que me separó del espejo... sino la vida misma.
Cuando quedé embarazada de mi primer hijo, no tuve lo que se dice "un espejo de verdad verdad". En el apartamento de mi esposo lo que había era un trozo de algo que reflejaba una cosa que se parecía a uno, y allí me vi borrosamente crecer una barriga durante nueve meses como si la que estaba enfrente no fuera yo. Luego, cuando compramos una casa nueva estuvimos algo así como más de seis meses sin hogar, que coincidieron con mi segundo embarazo. En los lugares donde fuimos viviendo mientras estaba lista la nueva casa tampoco había espejos, o si los había, como estaba en casa ajena no me veia nunca desnuda. Finalmente cuando llegamos al hogar por estrenar, tampoco había espejos: todo era nuevo y los baños -diseño nuestro- esperaron dos años por el suyo. Total: pasaron algo así como cinco años de mi vida en los que no me vi frente a frente y desnuda en un espejo de cuerpo entero. Eso simplificó mi vida, pues ya no dudé mil veces al ponerme una ropa, ni perdí tiempo en revisar si los zapatos combinaban con el resto -hasta con los zarcillos-. En fin... perder el espejito mágico que tanto me hacía sufrir fue la gloria.
Sin embargo, todo llega en esta vida -hasta lo que no se ha perdido- y por estos dias paré el carro en una cristalería y sin pensarlo mucho ordené que cortaran sendos vidrios tanto por tanto y pagué la mitad, por lo que ocho días después tocaron a mi puerta y entraron dos señores con los espejos. Zaz, zaz, hicieron sus huequitos en la pared y se marcharon. Esa noche, cuando entré a darme una ducha ¡¡¡susto!!! me encontré con una mujer que no conocía.
Pero ¿y quién es esa señora? me dije aterrada. Estuve ahi, parada frente a mi -esa mujer desconocida-, en el medio de la nada, como quince minutos eternos. Era yo, la misma, pero completamente otra: dos embarazos, dos cesáreas, rollitos a los lados y una doblebarriga que por más que me esforcé aguantando la respiración no se fue nunca... Total, que tuve que hacer un ejercicio sobrehumano para entender que cinco años sí son algo y aceptar nuevamente a la nueva yo que se asomaba en ese mi flamante espejo. Pasé varios días en los que volví a asustarme cuando de golpe me encontraba conmigo desnuda, pero gracias a Dios, el hombre es un animal de costumbre y ya está archivada en mi mente la nueva yo. Por suerte también, los hijos le hacen un gran favor al ego -lo aplacan, lo machacan, lo tuestan y finalmente... lo reducen- por lo que ya no necesito pararme frente al espejo para preguntarle nada, pues nada nuevo tiene ya que decirme... ¡Si me hubieran dicho esto cuando era una adolescente no lo podria creer! Pero así son las cosas.

9.8.07

¡Saca los codos de la mesa!


Hoy entendí por qué la norma de "sacar los codos de la mesa" que nos inculcaron desde pequeños tiene sus oscuras razones. Entendí por qué los pobres y coyunturales codos van mejor escondidos, los pobres. Veamos: estaba con mi brazo extendido, muy tranquila, con el codo al aire (no genuflexo, sino todo lo contrario... más bien extendido). Estaba pues con mi piel arrugada en ese no lugar, cuando mi hijo Daniel gritó (sí, gritó) aterrado:
"¡Maaaami! ¿qué te pasó allí?" y señaló mi pielecilla blanda y nada lisa. Yo le dije muy tranquila:
"Mi amor, ese es el codo" Pero el siguió como si le hubiera mentido:
"No, mami, no... ¿qué te pasó allí en esa parte del brazo?"
"Nada, es la piel del codo"
"No mamí, tienes un pedazo de la abuela allí, ¿qué te pasó?"
Me dió tanta ternura y risa a la vez que atiné a decirle:
"Sí, es que esa parte de la piel está arrugadita. Se puso viejita"
Más por susto que por pena me dijo:
"No mamá, tu no eres viejita. ¿Verdad?" y cerró con un "no importa" como para decir "vamos a olvidar el asunto y quien se ha visto, se ha visto"...
Después de este incidente, yo y mi codo nos echamos un vistazo de complicidad y yo le dije: "no te preocupes mi viejo... que a mi me encanta ponerte en la mesa, ¡me salto las reglas!" y él me contestó: "si, mi vieja"